Juan Valdés Leal (en realidad Juan de Nisa, si hubiera tomado el apellido de su padre portugués, pero lo mismo que Velázquez, tomará el apellido de la madre, Valdés Leal, por ser la costumbre portuguesa. Sevilla 1622-1690) representa esa línea expresionista, rayana en lo truculento, tan típicamente barroca. Al menos así puede comprobarse en sus dos obras más conocidas y divulgadas: los Jeroglíficos de las postrimerías, pintados como decoración del Hospital de la Caridad de Sevilla, que impulsara su fundador Don Miguel de Mañara. En ellos asistimos a la parcela más trémula del realismo barroco, a través de su característico tenebrismo oscuro, y de un macabro expresionsimo con el que se quiere reflejar el tema de la vanitas, tan frecuente y tan típico de este siglo de decadencia.
El sacrificio de Isaac, 1657- 1659
Sobre su formación artística no se dispone de información; al parecer, fue discípulo de Antonio del Castillo en Córdoba y allí se casó, en 1647, con Isabel. Los encargos pronto empezaron a aparecer y Valdés Leal dispuso de casa propia con taller en la calle de la Feria. La epidemia de peste que sufre Córdoba en 1649 motivará la marcha de Valdés Leal y su familia al año siguiente a Sevilla, donde arrienda una casa en la calle Boticas.
Su primer encargo en la capital andaluza está documentado en 1652: un ciclo de pinturas para el convento de Santa Clara en Carmona entre las que destaca la Retirada de los sarracenos. En 1654 de nuevo regresa a Córdoba, bautizando a su primera hija, Luisa Rafaela. Posiblemente al año siguiente realizaría un breve viaje a Madrid, contratando en 1655 la ejecución del Retablo de la iglesia del convento de los Carmelitas Calzados de Córdoba. Esta sería la razón por la que Valdés Leal se instaló definitivamente en la capital sevillana en 1656.