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LA ADORACION DE LOS MAGOS DE MENLING

La adoración de los magos o Epifanía, está entre los temas iconográficos de mirada más amables relacionados con la iconografía cristiana, y realmente los mejores ejemplos los hayamos en estos artistas de la segunda generación de pintores flamencos, especialmente en Bouts y Memling, los dos que más dulcifican el magisterio de sus maestros.
La pintura flamenca, que había alcanzado una notoriedad sobresaliente en el primer tercio del S. XV, crea escuela, y por ello no nos ha de extrañar que se sucedan las generaciones de grandes pintores más allá de los nombres consabidos de Van Eyck, Campin o Van der Weyden. La siguiente generación, formada por artistas como Thierry Bouts, Gerard David, Hugo Van der Goes o Hans Memling, será igualmente brillante. Todos beben en las fuentes de inspiración y maestría de sus antecesores, tanto en la técnica de la pintura al óleo sobre tabla, como en la utilización de recursos plásticos conocidos, especialmente su hiperrealismo visual, su detallismo, el brillo del color o la elegancia de las formas. 



Adoración de los magos. Tabla central. Hans Menling, 1470


Concretamente Hans Memling, aunque alemán parece ser de nacimiento, vivió feliz en Brujas toda su vida, dedicado a un tipo de pintura delicada y afable que fue muy apreciada en su tiempo, lo suficiente como para que gracias a su arte atesorara una notable fortuna. Fue discípulo de Roger Van der Weyden y de hecho, realizó numerosas versiones de obras de su maestro, precisamente como la que hoy nos ocupa. No obstante la pintura de Memling se aleja mucho del fuerte expresionismo de su mentor, y a la rotundidad de líneas y la fuerza de la expresión de Van der Weyden, Memling contrapone un gusto por los trazos delicados, los colores suaves, las formas delicadas y un sentido de la religiosidad que abandona el tono dramático del maestro y por el contrario se inclina por las escenas plácidas y amables, las formas sensibles y los paisajes idílicos. Se especializó en escenas de tema mariano, muy popular al final del periodo gótico, que desarrolló habitualmente en forma de dípticos y trípticos.


 Adoración de los magos. Tríptico. Hans Menling, 1470


“La adoración de los magos” corresponde precisamente a la tabla central de un tríptico, que dedicaba las escenas laterales a la “Purificación” una, y a la “Adoración del niño por los ángeles y la Virgen”, la otra. Y como comentamos anteriormente, Memling realiza en este caso una versión personal de una obra semejante realizada por su maestro, concretamente el Retablo de San Colombino de Colonia, hoy en la Pinacoteca de Munich. Entre una y otra obra hay diferencias en la disposición y tratamiento de los personajes, pero sobre todo se muestran esas diferencias formales ya apuntadas entre el pincel tan diferente de ambos pintores.
Iconográficamente aparece la Virgen con el niño en el centro de la escena y los Reyes Magos ofreciéndole sus presentes. Iconografía de los Reyes Magos que tiene un indudable interés porque junto a dos de ellos de raza blanca, ya aparece un tercero de piel oscura, ligeramente apartado de los otros dos. En este sentido cabe decir que dicha interpretación de la Epifanía es relativamente nueva porque es justamente en la fase flamenquizante del Gótico cuando se produce esta variación en la representación de la Adoración de los Reyes, al mostrar a Baltasar con la piel de color negro y con rasgos raciales diferentes, lo que no había ocurrido con anterioridad. En realidad parece que es una propuesta que surge en Alemania a principios del S. XV y que se difunde por Europa con enorme rapidez.
Aparece también San José, a la izquierda, aunque como “padre putativo” asume una posición marginal, de igual forma que el donante también aparece desplazado a la derecha, también en un segundo plano, con la intención clara de dejar todo el protagonismo a la escena principal y a los personajes protagonistas. Por cierto, que los dos reyes magos que adoran directamente al niño parece ser que reproducen los retratos de Carlos el Temerario, el más mayor y Felipe el Bueno, el que se queda de pie.

Desde el punto de vista formal, la obra recoge todas las características que hemos señalado de Memling, si bien la deuda con Van der Weyden se advierte claramente en el protagonismo que otorga a las figuras en detrimento del paisaje, que en Memling, como en su antecesor, tienen un papel secundario. En este caso además Memling enfatiza la escena principal ya no sólo a través de la relevancia de las figuras principales, sino abriendo un círculo oblongo en sus extremos a través del establo, que abre la composición y enmarca con la suficiente anchura toda la escena. Lo demás es puro Memling, formas delicadas, líneas suaves y sinuosas, actitudes amables, expresiones delicadas y colores brillantes, en un juego de azules y rojos extraordinariamente bellos que son los que en nuestra opinión le otorgan a la tabla todo el encanto y la belleza que atrapan nuestra 



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