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LA VENUS DE WILLENDORF


Esta hermosa dama de apenas once cm., tiene entre 22.000 y 24.000. años. En 1908, en un valle del Danubio, concretamente en el yacimiento paleolítico de Willendorf, cerca de Krems en la Baja Austria, el arqueólogo Josef Szombathy descubrió una pequeña estatuilla femenina, de apenas 11 cm. que constituyó el primer descubrimiento de una pieza escultórica de época prehistórica. Está realizada en piedra caliza y pintada en tonos de ocre rojo.
El descubrimiento no fue sólo importante por ser el primero de una pieza escultórica paleolítica, ni tampoco por ser la primera de una amplia serie de estatuillas femeninas con un simbología similar que se irían descubriendo más adelante, sino sobre todo porque abría un campo de investigación relativo a su interpretación, que como siempre en estos casos resultó apasionante.            

                                                                                                                                          
Desde un primer momento, las características de la pieza, en la que la volumetría del abdomen y de sus atributos sexuales son muy exagerados, hicieron pensar en una pieza con un claro carácter de culto a la fertilidad. De tal forma que se trataría de un amuleto o de una pieza con carácter votivo. Pero también hay quien piensa que puede tratarse de la representación de una deidad vinculada al culto a la Madre Tierra; otros aluden a su corpulencia como una representación de un personaje de alto estatus social, y que por ende su representación podría aludir igualmente a un símbolo de prosperidad.   


 En cuanto a su utilización se barajan también diversas posibilidades: desde que fuera una estatuilla votiva para ser venerada, a que se utilizara como amuleto, dada su pequeña talla, o incluso a que pudiera ser un instrumento de penetración sexual en determinados ritos de fertilidad.                       
Sin procreación no hay evolución. Esto lo ha tenido muy claro el hombre desde que comenzó su periplo por la Tierra. Muchos de los objetos con referencias sexuales heredados de nuestros ancestros eran amuletos destinados a homenajear a los dioses de la fertilidad. Como la Venus de Willendorf, cuya cabeza carece de importancia; o el dios egipcio Min, dotado para cumplir con el duro deber de fecundar a todas las egipcias y asegurar la continuidad de un imperio en guerra. La Venus de Willendorf plantea una bonita interrogante sobre el concepto de belleza. En este caso, su alusión a la diosa de la belleza de la mitología clásica no tiene más relación que la de emparentarla con una divinidad femenina de referencia universal, pero no alude a un concepto estricto de belleza clásica. Ya sabemos que la belleza clásica es proporción entre el todo y las partes del cuerpo, así como una figuración que busca la simetría en el cuerpo y la perfección anatómica. Nada más lejos en esta Venus regordeta y desproporcionada en muchas de las partes de su figura. Pero es que el concepto de belleza clásica no debe de ser el único al que le demos validez. Hay muchas otras formas de entender la belleza.      
                  

En este caso incluso se ha llegado a decir si no se trataría de una imagen representativa del concepto de belleza que tuviera el hombre prehistórico. En parte porque la belleza no estaría vinculada a un concepto estricto de la estética, sino a otros como la salud, la gordura sería en este caso sinónimo de alimentación y de fortaleza; o al de maternidad, porque toda mujer capaz de procrear tenía un don preciado para la comunidad que todos admirarían.
¿Qué es la belleza entonces?. Desde el S. XVIII empieza a sustituirse el concepto de belleza ideal por el de belleza sensible. Es decir, el concepto platónico de que la belleza ha de reflejar valores supremos como el bien o la verdad, se sustituye por una belleza sensible que otorga valor de belleza también a los objetos y al que no se llega con la razón, sino simplemente con los sentidos. Este concepto de la estética fue abriéndose paso progresivamente hasta nuestros días siendo el que prima en la actualidad. Por eso nos cuesta ver la belleza más allá de los cauces que nos brinda la mirada o el tacto, porque la nuestra es una belleza casi exclusivamente sensible. 


 Pero incluso así, la Venus de Willendorf es igualmente bella, en su propia desproporción, en su imponente volumetría, en su simplificación formal o en la misma abstracción de las formas, que alcanza su culminación en la solución que se consigue en el tratamiento de la cabeza, sin rostro y cubierta por un trabajo geométrico en el cabello, que tal vez tuviera su valor simbólico como peinado ceremonial. Aunque esta sería otra vez una visión de su belleza desde un punto de vista sensible. La belleza real de esta pieza estaría en su valor como representación de la belleza ideal, en este caso de algo inmensamente valioso para el hombre del Paleolítico Superior y también, indudablemente, para el de cualquier época: el concepto de madre y mujer.

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